27 jul 2009

Rosita se confiesa

Serie Rosita- Padre cura.


-Ave, padre cura. Soy Rosita y vengo a confesar que...
-Me parece muy bien que vengas a confesar, rica, pero antes deberías tener en cuenta que a confesar no se viene con la camisa desabotonada y con ese par de... senos, casi al aire. Y si la camisa es pequeña te pones otra más grande, que tape, que oculte, que disimule al menos ese portento, esa ostentación pectoral que, en fin, puede incitar a... pecar. ¿Y esa faldita, si apenas cubre tus braguitas?
-Perdone señor cura, pero no llevo.
-¿No llevo qué?
-Braguitas, que no llevo.
El silencio catedralicio descendió pesadamente sobre la quietud de la iglesia modernista de bloques y mampostería. Se escuchó un profundo suspiro en el interior del cajón de madera carcomida por los años y la carcoma, claro.
-Haz el favor de salir de la garita, digo del confesionario, que aquí no cabemos. Ponte de rodillas frente a la rejilla, como hace todo el mundo y espera.
Rosita, un tanto corrida por las diatribas verbales del confesor, sale del estrecho habitáculo y se hinca de rodillas frente a la rejilla dispensadora de perdones y penitencias. Algo enfurruñada se muerde los labios, especialmente el más gordezuelo, el inferior. Ese que les gusta a todos.
Se abre interiormente la contraventana de la rejilla y escuchándose de nuevo la voz grave del cura o monje, invisible en la oscuridad.
-Puedes comenzar, monina.
-Verá, yo me acuso, principalmente, de no saber decir que no.
-Y, eso, ¿te parece pecado? Pecado sería decir que no, desobedecer a tus mayores, a tus maestros, a...
-Ahí, ahí está el problema, en los maestros... Don Blenorragia Segura quiere comerme mi cosita...
-¿Que cosita niña?
-Esta- Rosita se levanta, ella, y luego levanta la faldita tableada, la de cuadros escoceses y coloca en el enrejado de madera el poblado triángulo, negro como las intenciones de los cuatro dedos, en forma de garra, que asoman por entre las tiras de madera de la rejilla y se enredan con los abundantes rizos del pubis.
-Cúbrete, niña, cúbrete- tartamudea desde el otro lado el agitado confesor, al tiempo que se lleva en la cómplice oscuridad, los dedos impregnados en las humedades femeninas, hasta sus fosas nasales y aspira con ansia.
-Padre cura, ¿se está haciendo una raya? Caray como le suena la nariz- Rosita deja caer el plisado de su mini escocesa y apoya las rodillas sobre la dura tabla del reclinatorio.
-Ya le digo- continua- peor es lo de don Mingitorio Gotoso, el profe de naturales.
-¿Qué ocurre con él?- mantiene el cura la mano pegada a la nariz, temeroso de perderse aquellos efluvios, que tanto arrepentimiento le producirán más tarde, seguramente.
-Pues nada, que si no le digo que sí, no me aprueba.
-Pero Rosita, que sí ¿a qué?
-A qué va a ser. Quiere meterme su colita aquí- de nuevo se alza la falda y muestra con un dedito dentro, profundamente clavado, por donde quiere el profe de naturales meter su colita.
-Pero criatura, saca eso de ahí, te harás daño, es... lo tienes muy, muy dentro. No hagas eso o, por lo menos, no me lo enseñes, ¡zorra!
-¡Eso no me ha gustado!, si tiene que ponerme penitencia por los pecados me la pone. Pero no me insulte. Rosita se mantiene en pie pegada a la rejilla, tratando de ver la cara, las manos, del señor vestido de oscuro de dentro del confesionario.
-Lo siento pero... bueno en resumen, volviendo a lo de tus pecados, ¿qué más te ocurre con los profesores?
-No, si a mí no me ocurre nada, es a ellos, en cuanto me ven comienzan a tartamudear, me miran como a un bicho raro... me ofrecen matrículas, me dicen que no hace falta que estudie, que para qué voy a clavar los codos cuando pueden ellos clavarme no sé qué... son como críos. Les dejo jugar con mis tetas o entrar y salir de aquí con su colita y... se ponen contentos como críos, ya digo.
-Ya sé lo que te voy poner de penitencia, tus pecados son gordos, debes poner de tu parte para que te sean perdonados- desde dentro se escucha correr un cerrojo y el enrejado gira sobre sí mismo, hacia dentro. La oscuridad es impenetrable dentro del estrecho cajón de madera- mira, dame tus manos, así, ahora cogerás con fuerza a esta cosa que me obliga a pecar a mí, y no la sueltes aunque veas que trata de zafarse, ¿vale? Esa será tu penitencia.
Rosita muy contenta de ver que sus pecados serán pronto perdonados agarra con ambas manos aquello y, efectivamente, de inmediato trata de huir hacia atrás, luego se viene hacia delante, así una y otra vez, cada vez a mayor velocidad.
-Padre cura, esto no es un enemigo, esto es un miembro como el de Gustavín de grande, ¿que no?
No obtiene respuesta, la estructura de madera cruje rítmicamente, con el clásico ritmo de un oferente a San Onás, patrón de la santa paja.
En aquel momento la megafonía de la pequeña iglesia dejó oír unos chasquidos característicos:

-Probando, probando. Uno, dos. Uno, dos. Hijas mías, soy vuestro párroco y este es un mensaje de urgencia. Hay un loco suelto por la ciudad, ese loco cree ser un cura confesor. Ojo, hijas mías, es un libertino. ¡Desconfiad! ¡No le contéis vuestros pecados a cualquiera!

Serie Erótica: Rosita
Scila/

14 jul 2009

Ya puestos…


Travesti-Fotoelmundo.es

Ya puestos.


Su mano estaba haciendo un excelente trabajo, pero quiso ir más allá, y lo hizo. Se soltó de mis manos, recogió sus pechos de nuevo en el sujetador- se los había sacado yo sin pedirle permiso- y se inclinó sobre mí con una indubitable intención.
Durante unos minutos interminables me así al respaldo de las butacas colindantes para, con los ojos cerrados, reprimir los rugidos que mis pulmones querían emitir a cada movimiento, descendente y ascendente, de aquella boca inmensa, devoradora de erecciones.
Fue tan hábil y eficaz que la erupción volcánica llegó justo con la palabra fin en la pantalla. Apenas tuve tiempo de poner las cosas en su sitio y abrazar exultante y agradecido a la joven que junto a mí arreglaba sus ropas.
Cuando se encendieron las luces de la sala nos sorprendimos besándonos, acariciando nuestros cuerpos por encima de las ropas. Mi mano, impaciente, se había introducido bajo la falda, entre dos muslos graníticos, y llegado hasta el tremendo “paquete” de mi vecina de asiento.
Toqueteé aquello perplejo y, ahora ya con las luces encendidas, la miré a los ojos, al rostro maquillado, a la barba recién afeitada de mi vecino de butaca. Mi cara debió haberse mostrado más... inexpresiva, creo que algo en mi expresión hirió su sensibilidad. Se soltó de un tirón, se bajo la falda y salió sin volverse una sola vez. El afeitado y maquillaje de sus piernas era también perfectos.
 
Scila.1988

23 jun 2009

El tabique III (Serie Cristal)

El Tabique.



-Lo habías prometido Cris, lo habías prometido- refunfuño mientras empujo la cama contra el tabique- hoy nada de escuchar, venimos a lo nuestro y no…
-No rezongues cariño. Que más te da, tendrás lo tuyo, lo que te preocupa, lo que te trae hasta aquí, de vez en cuando.
-Cris te quiero concentrada, participativa, activa…
-Vale, vale. Toma y come, si no tienes la lengua ocupada no hay quien te aguante, cariño- levanta la pierna abriéndose como un compás y empuja mis fauces sobre la frondosa mata del sexo. Guardo obligado silencio y como y bebo con hambre y ganas de semanas de dieta.
-Así mi niño, así te quiere mamá- ronronea complacida aproximando su oreja al tabique olvidándose de mí.
-“¿Qué vas a hacer? ¡No puedes tenerlo!”- se escuchan voces tenues al otro lado.
-“Pero… es mío. Es nuestro. Ya no se puede hacer nada”-.
-“No se puede hacer nada, ¡haberlo hecho antes!”-.
-“Pero no te gustan las gomas y esto podía pasar, ¡te lo dije!”- el grito termina en un ronco sollozo.
-“Esto es una trampa, te has quedado adrede. Quieres tenerme cogido por los…”
-“¿Vas a insultarme? Además de engañarme, además de hacerme un hijo que no quieres ¿me vas a insultar? Ya no te conozco, ¿Quién eres tú?”- las voces aumentan de volumen a cada frase.
-Lo ves cariño, aquí ocurren cosas interesantes, no todo es meterla, correrse y hasta otra. Hay personas con problemas, con vivencias intensas, aquí hay vidas de verdad, personas que sufren, que aman, que sueñan…
-Pero Cris, no saques las cosas de quicio. Tan sólo es una pareja que no ha tomado precauciones y…
-Qué superficial puedes llegar a ser cariño- fuerzo la apertura de sus muslos y clavo mi lengua, afilada como un puñal, hasta mis dientes. Si quiere profundizar, profundizaré. Emite un sordo grito de placer y me deja hacer pero su mano presiona mi cabeza para que la profundización se mantenga.
-“Soy quien paga las letras de tu moto, quien compra tus vestidos y zapatos, quien paga el alquiler de la residencia…”.-
-“¿Te das cuenta, me hablas de números, de dinero… eso es todo lo que nos une, lo que somos uno para el otro? Tengo la impresión… me obligas a pensar que soy una puta. Una puta con niño”.
-“Si fueses sólo una puta no me costarías tanto, ni reclamarías un paternidad que no quiero, que no puedo…”
-“Pero tú me amas, me los has dicho tantas veces…”
-“Lo habré dicho pero, si haces memoria, sólo cuando te tengo debajo, normal ¿no?”.
Mi lengua está en carne viva y mi primo también, intento apartar su atención del yeso de la pared. La coloco a cuatro patas y se deja hacer pero siempre con la oreja pegada al tabique. Tengo la impresión de estar haciéndome una “manola” con la muñeca hinchable del vicioso hijo de mi portera. Menos mal que la humedad de mi saliva en su entrada facilita las cosas, me adentro al primer intento, cuando toco fondo, suspira ruidosamente y empuja sus nalgas. Me acoplo a su espalda y las manos se apoderan con ansia de los globos oscilantes de sus pechos, los estrujo y tiro de ellos para profundizar un poco más.
-Tú tienes lo que quieres, no importa qué ocurre al lado nuestro, los problemas te dejan indiferente, como te dejarían los míos, si los conocieses- sus nalgas desmienten el comentario, a cada golpe mío reacciona clavándose más, con movimientos rotatorios que me enardecen y motivan.
-“No juegues a ser cínico conmigo. Te conozco y no eres así. Quieres que te desprecie, quieres que te odie… pero no lo conseguirás. Solucionaremos “esto” juntos, cumplirás tus promesas, la dejarás y…”
-“Vives en las nubes, como cuando tenías dieciocho, no creces. No la voy a dejar, nunca has sido una alternativa, tan sólo un complemento y, un embarazo no me hará cambiar, ni siquiera sé quién es el padre”.
-“Me decías que cuando fuese mayor de edad, cuando cumpliese los dieciocho… hace cuatro que los cumplí, tal vez debí reclamarte antes. No puedes llamarme “complemento”, soy tu vida, tu amor único y definitivo, soy tu pasión, tu nueva juventud inextinguible, soy tu presente y futuro y ella… tan sólo tu pasado. Sigues siendo inseguro, dudas de la paternidad, ¡cuando madurarás!, y tú me llamas cría”.
-¡Así, así!- los gritos de mi Cris me animan, acelero el ritmo de mis golpes que se estrellan ente las nalgas.
-No hace falta que me animes cariño, pero tienes que centrarte en…
-No es a ti, estúpido, es a ella, así debe tratarle así… Pero, no te detengas, golpea, entra más y más fuerte ¡capullo!- abandona la pared, eleva su espalda hacia arriba, siempre pegada a mí se mueve y contornea como una serpiente de cascabel. Clavo los dientes en su cuello como el lobo cuando inmoviliza a su presa y me disuelvo en un orgasmo tremendo que me lanza sobre ella, y a ella sobre las sábanas, allí se retuerce bajo mi peso clamando por el suyo.

©Scila/2007

El Tabique II (Serie Cristal)

El tabique II.




-Cristal hoy te veo distraída, ausente. ¿Qué te ocurre amor?
La mujer, con un hábil y rápido movimiento de caderas expulsa de su vagina al visitante y se gira dándome la espalda. Observa sin ver el cercano tabique. Levanta la pierna extendida y colando su mano hacia atrás atrapa la húmeda erección reubicándola de nuevo, ahora desde atrás, en su vagina. No escucha, o no quiere responder, a mi pregunta.
-¿No quieres hablar, ha de ser así de frío y directo?- me muestro dolido.
-Aquí estoy, dispuesta, a tu disposición, ¿Qué más quieres?- empuja con energía hacia atrás clavándose en mi miembro. Separa los muslos y eleva las rodillas facilitando la máxima receptividad.
-¿Crees que sólo quiero esto, piensas que es lo único que me trae hasta ti? Qué poco valoras mi afecto, mi cariño, mi… -no puedo evitar el impulso electrizante de golpear con la pelvis sobre sus nalgas al tiempo que estrujo con pasión uno de sus pechos.
-No divagues cielo, aquí venimos a esto, sólo a esto. Si pudiésemos hacerlo por teléfono no me verías. Harías una llamada, te correrías y hasta la próxima.
-Me haces sentir poco menos que un animal. ¿Cómo eres capaz de pensar, y decir, algo así? ¿Qué te ocurre hoy?
Me pide silencio llevándose un dedo a los labios. Desplaza la cabeza hasta el borde del colchón, en un intento de aproximarse al tabique, detrás del cual se escucha el murmullo de una conversación.
-Escucha, ya están ahí al lado. ¿Serán los mismos?
-¿Cómo van a ser los mismos?, aquí todos venimos a lo mismo, aceptas la habitación que te asignan, pagas y…
-No, mi amor, aquí no vienen todos a lo mismo, algunos vienen a amarse, a ser felices, a refugiarse en un lugar discreto dónde decirse cuánto y cómo se quieren. No todos vienen a follar, a secas.
Su postura, encorvada hacia delante, me ofrece un acceso fácil y excitante que s no puedo ignorar, a cada instante aumenta la velocidad y la potencia de mis golpes como si pretendiera partirla en dos. Ella a introduce su mano entre los muslos y se apodera de los huevos, los estruja con rabia, aumentando así el placer y la excitación.
-Todos venimos aquí a amarnos cielo. Todos. Bien es cierto que, a veces, dedicamos menos tiempo del conveniente a los prolegómenos, pero eso es…
-Escucha, escucha como se aman, qué cosas se dicen, qué felicidad les embarga sin quitarse ni los zapatos. Eso es amor, esto es sexo.
-Mujer, terminan de entrar en la habitación, que hemos oído el golpe de la puerta, dales tiempo, dentro de unos minutos estarán haciendo lo que todos. Y eso no significa…
-No compares, no compares esto que hacemos con lo que hacen ellos. Nosotros venimos directamente a disfrutar, a gozar como animales en celo, a revolcarnos en estas sábanas impregnadas de nuestro sudor, del olor de nuestros sexos. ¿Me oyes a mí decirte palabras tiernas de amor? ¡No! Tan sólo escuchas gruñidos, imprecaciones, peticiones como ¡métela hasta el fondo!, ¡empuja más cabrón!, ¡mátame a polvos!, ¡clávame con esa lanza al rojo vivo!, ¡cómeme el coño!, ¡muérdeme los pezones…!
Sólo escuchas estas frases mientras me cabalgas con furia, con odio- sí, con odio, confiésalo- cuando me montas no me quieres, te excita odiarme, estrujar mis tetas con saña, usar tu miembro como una arma incandescente para perforarme como lo haría un taladro percutor, pero a menos revoluciones.
-¡Estas loca!- la respiración entrecortada no se presta a largas frases dado que en ningún momento interrumpo la  veloz cabalgada sobre su grupa. Muerde con fuerza una esquina de la almohada, evitando los gritos de placer que pugnan por salir de su garganta.
-Escúchalos, escúchalos y no te detengas ¡por Dios sigue así! Pero escucha como se besan, como se quieren uniendo sus labios, como las manos acarician sin prisas, se deslizan como plumas de faisán, como se oprimen sin violencia, como ofrece ella su cuello a los besos como brisa, como su piel se eriza de placer, y sus ojos se cierran para atesorar las imágenes que imagina, observa cómo se abrazan, como tiernas ramas de abedul, como se yerguen sus pechos erizados, los pezones oscuros… ¡Más fuerte cabrón! ¡Más duro! ¡Más profundo! ¡Golpea!, ¡Empuja...!
¡Me corroooooooooooooo!

©Scila/10/06

22 jun 2009

El tabique (serie Cristal)



El Tabique I.



-Cristal, tu nombre, de resonancias ambarinas en mi oído, te define. Eres frágil en recordar tus promesas, siempre creo que al instante siguiente se romperá no tú, ni tu nombre, se romperá esta pasión desigual que nos trae, a intervalos cada vez más dilatados, a esta habitación sin vistas.
-Calla y escucha, escucha a quienes hablan al otro lado de la pared. Ven, acércate y escucha- me coge de la mano y, desnudos, abandonamos el lecho. Las sábanas a medio calentar parecen protestar con ese ligero ruido, ese frú-frú de lienzo mal planchado, al sentirse arrugadas, olvidadas y condenadas a esperarnos.
-No oigo nada- me irrita que me fuerce a dejar la calidez de las sábanas, el tacto aterciopelado de sus senos henchidos y el oloroso perfume de su cuerpo a punto de ser cabalgado. Qué hago aquí de pie, con esta erección que podría ser admirable allí, entre sus muslos abiertos y me parece ridícula aquí, junto al yeso basto del tabique.
-Calla, calla y pega el oído- me muestra cómo hacerlo poniéndose de lado y pegando la mejilla, antes se quita el pendiente, a la pared.
Tengo una inspiración, me coloco tras ella, inclinada hacia delante y, al tiempo coloco mi oreja en el yeso. Deslizo al desgaire la molesta erección entre sus muslos y la rodeo con mis brazos por la cintura, pegándola a mí, necesito su calor.
-¿Oyes ahora?- pregunta ignorando mi abrazo y desoyendo las vibraciones del mástil que trisca incontrolado en la abundante vegetación pilosa de su sexo, distraído.
-Si, no, no sé- me pone nervioso la situación, espiando sonidos de otras personas que a su vez podrían haber escuchado nuestros sonidos, nuestros suspiros… Por otro lado, el contacto con su espalda acoplada como un guante a mí, y el ligero movimiento, involuntario, del cilindro aprisionado por sus muslos acelera los latidos de mi corazón y temo que los golpes repercutan en su espalda. Elevo una mano hasta un pecho oscilante y, oprimiéndolo con pasión, la atraigo aún más contra mi cuerpo. Espero un exabrupto de su parte pero continúa como si no fuese con ella, tan distraída está escuchando no sé qué al otro lado que, tentado estoy, de probar a introducirme y comprobar si consiente por distracción, ya que por pasión hoy no será.
-Cristal, ¿no deberíamos regresar a nuestras sábanas, no deberíamos continuar donde estábamos y dejar a esas personas que hablen, o que digan, o que hagan? ¿No hemos venido aquí a ser felices un rato, lo más dilatado posible?
-Calla pesado, y escucha, están discutiendo- como sin querer coloca la palma de su mano en mi nalga y tira de mí aproximándome a ella. Agradexco el gesto con un soberbio apretón del pezón derecho que se transforma en un oscuro y agradecido sonido en su garganta. Entonces escucho a nuestros vecinos.
-“¡Mientes!, mientes cada vez que me hablas. No le has dicho nada y no se lo dirás. Aguantarás así hasta que uno de los dos… se canse. ¿Quieres que sea yo la primera? ¿Quieres que sea yo la que diga basta? ¿A eso estás jugando?”.
-“¿Te parece normal que, justo cuando estoy a punto, precisamente cuando estoy llegando al punto... me interrumpas para hablarme de mi mujer? ¿A qué juegas? Se diría que pretendes usar el sexo, tu sexo, para hacerme claudicar, para llevarme a tu terreno… ¡Claro, como está a punto de correrse le puedo pedir la luna! ¿Es eso lo que pretendes?”.

Las voces llegan cada vez más nítidas, más claras, seguramente están elevando el tono. Junto con el aumento de las voces me inunda una oleada de placer, Cristal agita sus caderas levemente, sus nalgas empujan contra mí, y mi primo se lo pasa en grande buscando el camino entre la fronda húmeda de la vulva. Me inclinp hacia adelante y mi aliento quema la piel de su cuello que se dobla como roto hacia atrás facilitando mi intrusión, pero su oreja sigue pegada al yeso del tabique.
-“No puedes decirme eso, no puedes además de engañarme como a una tonta, insultarme con tus sospechas”- se escucha un sollozo ahogado y los murmullos bajan de intensidad dificultando nuestra recepción.
-No oigo nada- Cristal quita su mano de mi nalga y cesa en su excitante contoneo, casi pedo a gritos que reanuden la discusión los vecinos de al lado.
-Cris, vamos, regresemos a lo nuestro, dejemos que esos dos se reconcilien, se amen y sean felices. Vamos cielo- tiro de ella pero no puedo despegarla de la pared.
-Espera, espera, creo que ya les oigo pero… han debido acostarse otra vez les oigo más abajo- sin pensarlo se arrodilla y coloca la mejilla nuevamente en la pared. Dudo un instante, nada, sólo un instante, luego me coloco frente a ella y sin palabras le ofreezco la merienda al tiempo que, siguiendo su ejemplo, trato de escuchar a los de otro lado.
-“Eres malo y mentiroso pero… me tienes hechizada, monstruo”.
-“No seas boba, sabes que tenemos poco tiempo y lo pierdes con estas tonterías, venga seca esas lágrimas y acércate, mira quien te está esperando…”.
-¿Serán más de dos?- Pregunta Cristal que a veces parece tonta.
-Claro que sí cariño, como nosotros, son tres. Anda, cómete la merienda- sumisa coge con una mano el bocadillo y, antes de introducirlo en su garganta, preguntó mimosa:
-¿Nosotros somos tres, quien es el otro?
-Este cariño, somos tú y yo, y éste- empujo pelín irritado para que de una vez se calle y comience con una tarea que no debe interrumpir. No me gusta forzar las cosas, prefiero que sigan su natural cauce pero, dadas las circunstancias, sujeto sus pabellones auriculares y tirando de ellos acelero un tanto el pausado ritmo que mantiene Cristal, mi Cris.

Scila/18/5/06

5 jun 2009

El sonido de tu aliento (poéticas) 17.08.2007

Música parece, sobre mi piel, el sonido de tu aliento en mis sueños, que es todo lo cerca que me permites sentirlo. Esperar deseando es ya un hábito contigo, me he entrenado durante años para seguirte, interpretarte, y transformar tus desaires en promesas inconcretas, imaginadas tan sólo... Aún doblando el recodo del adios definitivo mis pupilas giran como agujas imantadas buscando en las tuyas una señal, un guiño, un hálito de calor que minimice esta helada sensación que me agarrota y debilita pero... como siempre, estás distraída, absorta, ignorante o ignorándome.
Un día despertarás, abrirás esos tus ojos como planetas azules y tal vez te invada, como un sudario de muerto, la frialdad helada de la soledad a la que me condenas. Quizás tus manos me busquen en un pliegue de la vida y se cierren airadas, vacías... ¡Por qué duele tanto amar!
scila/04

La otra cara (III) Serie Cristal

El tiempo, ese factor que no existe más que en nuestra imaginación, hay que ver qué efectos tiene sobre nuestras vidas, aún no existiendo. Cuando recuerdo frases mías como:
-“Tu saliva me sabe a gloria a dulce de membrillo, a…”
y ahora evito hábilmente, con un ligero giro de cara, la proximidad de tu boca porque he descubierto que ahora- o siempre- tiene una cierta halitosis que no soporto.
Cuando recuerdo cuantas veces hundí con hambre desesperada mis fauces entre tus muslos, gritando en mi cerebro las neuronas analizadoras de tus perjúmenes como si hubiese descubierto el san Jacobo, tras una dieta de tres semanas, ¿es que ahora te aseas menos?, ¿es que ha cambiado tu metabolismo y aquel sexo que era como mi casa, como mi cepillo de dientes, ahora me distancia y repele?
Ya tan sólo el ciego y torpe miembro, es capaz de hundirse tan campante en un pozo de aromas que recuerdan el material añejo de las marisquerías un sábado a las cuatro de la tarde
Aún recuerdo esos regresos a casa, alejándome a cada minuto un poco más de ti, del recuerdo próximo de nuestro reciente encuentro, conducía ensimismado en las escenas vividas, en las más chispeantes frases, en las caricias más atrevidas y gustosas, en el esfuerzo conjunto, nuestros gritos y susurros en la madrugada falsa de las cuatro de la tarde "que a las cinco he de estar en el despacho", "y yo a por los niños al colegio".
Qué diferencia, tan sólo unos meses después. No recuerdo de qué hemos hablado, no sé dónde ni cómo me has besado. No sé qué hemos hecho después, ni antes, ni durante. ¿Hemos fingido un orgasmo? ¿Los dos, o solamente yo?
Conduzco con una sola mano, la otra se ocupa de perfumar los restos de tu presencia, elimino un olor con otro y, de pronto, reconozco que no es sólo por no ser descubierto, es que comienza a molestarme ese insistente, persistente perfume que usas ahora.
Y lo malo es que por pereza, por comodidad, no te digo lo que quizás quieras oír: que no deberíamos quedar de nuevo, que esto terminó antes de empezar, que un espejismo lo tiene todo el mundo y no vamos a reprochárnoslo pero… Mejor hablar de ello durante el próximo encuentro.
Scila

La otra cara (II) Serie Cristal

Somos amantes a ratos, cuando nos lo permiten otras obligaciones. Dependemos siempre de los demás, de los otros, de quienes ignoran nuestros encuentros aunque quizás los sospechen.
Odio estas sábanas extrañas, alquiladas a tanto la hora. Esas paredes anónimas, esos armarios siempre vacíos, inútiles. Esas ventanas cerradas, por si nos ve alguien por casualidad. ¡Pero si estamos en el quinto piso! Es igual, quien sabe, las casualidades… Esos dormitorios de plástico en los que, a veces, cubro tus labios con mi mano para ahogar los gritos intempestivos, fuera del horario. Por favor no grites tanto, el personal del hotel sabe que a estas horas la gente no hace estas cosas, van a suponer que somos…
-¿Que somos qué?- me preguntas con un leve atisbo de irritación deteniendo tu alocada carrera en pos del orgasmo. No llevamos maletas, tan sólo lo puesto y lo quitado y puesto de nuevo y que no se note que me lo he quitado y vuelto a poner.
Y tener que recordar siempre ese oculto frasquito de perfume cuando regreso al coche- que es un poco como volver a casa-, para limpiarme del tuyo, del de tu piel de canela perfumada, dichoso perfume el que usas y que perdura como las pilas inagotables del anuncio televisivo. Hasta que averigüé su nombre y convencí a mi esposa de que era ese el que le convenía y, así, me he librado de una de esas permanentes obsesiones: que no descubra que huelo a ti, que huelo a otra.
Y no me aburras con lo de siempre. ¿Qué habría pasado si en vez de salir con ella en la Facu hubieses salido conmigo? Eso son teorías alienantes en las que no quiero entrar. Posiblemente ahora ella sería mi amante y tú mi mujer, ¿qué cambiaría eso? Lo pienso, lo pienso pero no lo digo en voz alta, para qué. La sinceridad a ultranza es una parida de psicópatas dañinos.
Al principio todo fue estupendo, vivíamos en una especie de vorágine, de pasión alocada y quinceañera que pronto pasó a ser una obsesión para evitar encuentros no deseados, para escondernos, para… ir matando poco a poco aquello que no pasó de ser un deseo repentino que nos confundió, que quisimos que nos hiciese perder, aparentemente, el control. Pero… Nunca cogimos una maleta y nos fuimos los dos a Parlís o Conchinchina, jamás. Estábamos locos pero controlando. Tal día, tal hora, en tal lugar, sólo cuando se pueda, cuando haya seguridad de que no vamos a ser cogidos in fraganti. Una pasión volcánica sí señor.
Scila/

La otra cara (I) Serie Cristal

Las agujas del reloj parecen no avanzar. El tic-tac tiene una cadencia agónica, insoportablemente lenta. El tiempo no existe, es una ilusión. Nosotros con nuestras urgencias, con nuestras angustias le damos forma, le asignamos nombres y medidas. El tiempo es tan sólo una dimensión que nos miente, engaña y desorienta.
A veces rememoramos escenas, vivencias, de hace una década que sentimos tan próximas y reales como si hubiesen sucedido esta mañana. Y, al contrario, recordamos con la niebla de los siglos, sucedidos de hace un par de días o de horas. ¿Quién no ha tenido a veces esa sensación?
Por eso ahora, esos minutos que vamos a pasar de nuevo juntos, pero no revueltos, parecen, me parecen, una eternidad. Son iguales, o muy parecidos a los que veníamos pasando juntos desde hace meses. Antes transcurrían veloces, inaprensibles, siempre nos faltaban minutos para terminar una conversación, para hacernos una última pregunta, para respondernos, para amarnos… Ahora, temo la interminable lentitud con la transcurrirá nuestro próximo encuentro.
¿Qué ha cambiado, qué nos ha cambiado? Esconderse, disimular, justificar, mentir, engañar… todo formaba parte del inicial encantamiento en el que caímos.
La zozobra, el temor a lo imprevisto, cruzarnos con alguien que nos conoce, siempre escrutando la calle, las esquinas, los cafés en los que entrábamos, el ascensor del hotel, los pasillos… aquella constante y deliciosa emoción se ha transformado en cansancio, desinterés, aburrimiento...
Qué interés tiene amarnos a hora fija, el día tal, a la hora cual, en aquel lugar. Todo cronometrado y establecido, sin posibilidad de hacerlo de otra forma, por ejemplo cuando realmente nos apetezca. Es imposible, tú te debes a tu esposo, yo me debo a mi esposa… ese día es imposible, he de estar en una fiesta con él… mañana no, la acompaño a elegir ropa, me lo ha pedido.
Siempre nos vemos cuando quieren los demás, o al menos cuando nos lo permiten, cuando no están, cuando no nos necesitan, cuando… Nos dejan las sobras, el tiempo que no nos están utilizando.
Scila/