21 nov 2010

Tres son multitud (La dama del foulard II)

Tres son multitud.
(Serie Karmelle).



No sé en qué momento tuve la percepción de que mi presencia, mi participación en el banquete, era soportada pero no deseada. La niña, tras dibujar mil veces con la humedad azucarada de su lengua el contorno del cuerpo de nuestra invitada se concentra, con encomiable fervor, en separar los labios de su vulva a base de delicadas lamidas a derecha e izquierda y, cuando lo logra, la deja resbalar en su  interior. Su lengua entra y sale del sexo empapado como un buril dibujando una preciosa joya, se transforma en una herramienta circular como un taladro, erecta y puntiaguda como un pequeño falo o, de pronto, se convierte en una masa blanda, dúctil y adaptable como una porción de rica confitura de frambuesa que se adhiere a las paredes de una vagina complaciente.
Provoca, sin proponérselo tal vez, varios orgasmos concatenados, unidos entre sí, en nuestra enardecida invitada que se aviene complaciente y ronroneante como una pantera satisfecha, a medias. Su cuerpo permanece de espaldas, recibiendo todo el placer que es capaz de asumir, en forma relajada, tranquila, sin estridencia ni dolorosos espasmos.
Es entonces cuando la niña, abandona su lugar entre los muslos abiertos y desplazándose sobre el estomago de la homenajeada se coloca a horcajadas sobre su rostro y abriendo con sus deditos el pequeño coño lo incrusta sobre la boca de la dama del foulard. Aquella comprende de inmediato qué manjar se le ofrece y, tan pronto su lengua paladee tímidamente el irrenunciable festín comienza a chupar y lamer con tal intensidad que nuestra pequeña Karmelle jadea y blasfema, la criatura, incapaz de soportar, controlada y sosegadamente, la deliciosa y sabia lamida a la que está siendo sometida. Alza sus bracitos hacia el techo y entrelaza sus dedos mágicos tras la nuca, sus pechos soberbios, se agitan a impulsos del movimiento ansioso de sus caderas. Cierra los ojos y gime suavemente, gozando con las succiones de la boca que, bajo ella, mantiene una actividad incansable.
Me retiréo. Entiendo que sobro y me retiro dejando a ambas mujeres inmersas en su propia y doble satisfacción. Contemplar sus cuerpos agitarse sobre las sábanas es una visión excitante, y plástica. Sexo y belleza al tiempo.
Pero tanto ardor, tanta plasticidad en mis amigas me han colocado en una difícil situación. Puedía sentarme y contemplarlas, y gozar con su presencia, con la música de sus gemidos, con el olor que me llegaba de sus sexos impregnados de feromonas, sí, podía hacer eso, pero no puedo soportar más tiempo la dolorosa y pulsátil erección que brinca entre mis muslos y decido que ya es hora de reincorporarme al banquete. Avanzo con decisión y con el arma presta me adentro entre los muslos abiertos y, sin llamar antes a la puerta, de aquella gruta de las mil y una noches, apunto con certeza y precisión de relojero suizo y me adentro  profundamente en un mundo oscuro y resbaladizo. Mi carrera hacia el fondo sólo se detiene cuando la pelvis, muy marcada, de la mujer me contiene, me impide profundizar más allá. La punta redondeada del miembro, casi azul por la larga espera, choca con el fondo de la vagina y me transmite una descarga de cinco mil voltios, voltio arriba o abajo. Para poder golpear con la necesaria contundencia extiendo mis brazos y mis manos estrujan desde atrás los pechos abandonados de la niña Karmelle. Inicio una lenta y cadenciosa marcha, entrando y saliendo como Pedro por su casa al tiempo que estrujo las tetas angelicales con mis manos engarfiadas por el deseo, el deseo de inundar de cálida leche el preciado coño de mi invitada, antes de tomar otras decisiones, antes de aventurarme en otras angostas cavidades a las que deberé dedicar los próximos días, o meses. Muchas horas de estudio y concentrado trabajo de investigación y desarrollo me esperan. Pero eso será en la siguiente visita de la dama del foulard que, sin duda se producirá en breve.

©Scila/Serie Karmelle.
2006

19 nov 2010

El regalo


El Regalo



Me acerco en silencio a su espalda sin apartar la mirada de su figura, frágil, frente al lienzo. Al contraluz la veo desnuda, los muslos ligeramente separados, la cabeza inclinada como el tallo verde de un lirio, absorta la mirada en la contemplación de la última pincelada. La mano con el pincel, detenida en alto, dubitativa, perpleja.
Me aproximo y sus glúteos presionan dulcemente mis ingles. No se mueve. Contiene la respiración pero no se mueve, a pesar de que mi aliento abrasa su nuca. Sabe quién soy, percibe mi olor, sin duda- una vez me dijo que detectaba mi olor a cien metros de distancia- como una pantera en pleno celo, pensé al escucharla.
-¿Qué pasa por tu mente, que te impulsa a “quemar” el lienzo con esos tonos tan salvajes, tan ardientes?- no contesta a mi pregunta y tiro de ella.
Su mano se cierra entorno a un pequeño objeto, sostenido entre los dedos y sus ojos me miran de tal forma que funde mis carnes como hielo puesto al fuego. Camina tras de mi, cogida de la punta de mis dedos, arrastrando sus pies sobre la tarima encerada, noto en la espalda la dureza de sus pezones.
-Ven acá... recuéstate- la empujo suave pero inexorablemente sobre el lecho de revueltas sábanas negras. Negras como el negro azulado del vello recortado que adorna su sexo. Eleva ligeramente las nalgas y se mantiene así, boca abajo. Sabe qué prefiero y cómo comenzaré a desvestirla, dónde me detendré más tiempo, en qué lugar humedecerá su piel mi saliva. Lo sabe porque ha estudiado con ahínco mis aficiones, ha observado con arrobada atención mis gestos, ha aprendido mis preferencias, mis inclinaciones, mis locuras…
Miro su cuerpo con mal disimulada admiración, mi mano separa un poco más los muslos y la recorre bajo la tenue muselina del vestido hacia arriba, cómo no. Sus hombros se contraen ligeramente con un escalofrío involuntario cuando la punta de mis dedos, invasores, se humedecen al tocarla…
Me tiende su mano y, al abrirla, muestra el objeto que contiene. El pequeño tesoro que me ofrece, un pequeño cuadrado de papel plateado.
-Toma- me dice ruborosa, con un destello pícaro en sus ojos color miel- póntelo.

© Scila-mayo’07