2 sept 2011

Acoso


Acoso

De un momento a otro llamará. Y tendré que levantarme, dejar lo que estoy haciendo y dirigirme a su despacho. Quién manda, manda. Y si además paga mi nómina… Pero eso no le da derecho a…
Ya sé que no tiene derecho sobre mí pero, ¿cómo me niego a sus imposiciones? Realmente no son exigencias, simplemente lo da por sentado, me pone entre la espada y la pared. Pero no puedo decir que me presiona, que me amenaza, que me fuerza.
No puedo decirlo pero me siento así, me siento en la obligación de aceptar lo que se me impone, no veo salida, salvo arriesgarme a perder el empleo, aunque sea un contrato temporal. Tan sólo hace ocho días que me lo renovaron y, será casualidad, pero veinticuatro horas antes consentí y, más que consentir, me empleé a fondo para que mi colaboración fuese bien valorada, que mi sumisión a sus deseos fuese recompensada con lo que más podía desear: la prolongación del contrato, seis meses más, de momento.
-Sí- el timbre del teléfono interrumpe mis elucubraciones- voy enseguida.
Es la llamada que temía. Ahora comprobaré si estoy en lo cierto, si me quiere a su disposición, si me utiliza para complacer sus necesidades de sexo, sus disimuladas apetencias de gozar con mi humillante sumisión.
Y yo seguiré debatiéndome en la duda, preguntándome una y mil veces si estoy haciendo lo que debo o, tan sólo, lo que me conviene. Pero, ¿me conviene aceptar esta situación? ¿Realmente me beneficia ser un capricho, un objeto que se usa y se aparta con un gesto cuando no se necesita, cuando se han satisfecho los inconfesables deseos?
Me incorporo con presteza, finjo un gesto amable y cortés en el rostro e, incluso, muestro una media sonrisa que supongo parecerá tan falsa como es.
Golpeo con los nudillos anunciando mi entrada y, abriendo la puerta del despacho, lujosamente amueblado, me adentro en los dominios de mi pesadilla de los últimos meses, tras cerrar a mi espalda.
No puedo evitar que mi sonrisa se amplíe con un rictus amargo al comprobar que mi cerebro ha tomado ya una decisión: aceptar lo inevitable, una vez más. Me detengo a un par de metros de la mesa observando la escena con ojo de fotógrafo. La mesa carece de tablero frontal por lo que no oculta lo que ocurre bajo ésta. La absoluta desnudez de cintura para abajo de su ocupante y sus manos, infatigables, manipulando incansables el sexo. No me sorprende, he visto esa misma escena en otras ocasiones, puedo prever cada fotograma de lo que me espera.
Siento un doloroso pinchazo en el pecho, pese a todo, pese a mis buenas intenciones… la escena me pone, me excita a mi pesar.
-¿Se puede saber qué le hace gracia, López? ¿A qué viene esa sonrisa estúpida?
Su voz, enronquecida, me arranca de mis pensamientos con brusquedad.
-Nada, nada- tartamudeo. Muestro un repentino rubor en mi rostro.
-No, si no me parece mal que se muestre alegre. Es estupendo que se sienta feliz y en disposición de pasar un buen rato o, al menos, de hacérmelo pasar a mí- ¡qué jeta tiene!, oculto mis pensamientos con sonrisa servil.
-Tengo que indicarle que esto… tengo que advertirle que esto no me parece…
-No se detenga López, hable, hable pero… por favor, métase bajo la mesa y comience con su "trabajo", quiero hacerle un examen, luego le puntuaré según sus habilidades. Espero que sea capaz de satisfacerme, cómo sabe tiene consecuencias beneficiosas en su contrato, en su carrera en esta empresa. Y no me venga con dengues, ni acoso, ni me aprovecho de mi situación, ni historias parecidas. Simplemente, le doy la oportunidad de comerse esto, algo con lo que no podría soñar si no fuese porque se lo pongo a huevo. ¿Me sigue, López?
Asiento y me arrodillo, camino a cuatro patas sobre la alfombra, me cobijo bajo el tablero de rojiza caoba. Sus muslos, abiertos de par en par, me esperan impacientes. Ha hecho un buen trabajo previo, su sexo presenta un enrojecimiento y una turgencia que me atraen como un imán. Tomo posiciones y, tras desnudarme a mi vez, consiento una vez más, acepto mi papel, mi pobre papel de acosado y hundo mis fauces ensalivadas en la densa mata de pelo. Aspiro con placer el olor a sexo empapado, separo los grandes labios de la vulva y permito que mi lengua sibarita se adentre en la vagina, inundada.
Así comienza siempre mi visita al despacho de la Consejera Delegada. Terminar, termina de diferentes formas, en razón de las preferencias de la que manda y ordena, de la que se aprovecha de mis necesidades para cubrir las suyas.
En fin, otro polvo que tendré que regalarle a cambio de seguir siendo su empleado favorito. He de reconocer que la ejecutiva es una escultura, me aplico con el interés de un buen trabajador, respetuoso con los principios de calidad y productividad fijados por la empresa.


©Scila/2008


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