Se acerca. Es la hora. Las agujas del reloj a espaldas del maestro giran, se acerca al momento, sonará la sirena y saldrán de estampida mis compañeros al recreo. El terror comienza a ser visible en el temblor de mi mano, no puedo escribir, el boli baila en mi mano temblorosa, la letra, mi letra, no es ordenada, picuda y un poco pija, como dicen los otros.
Los otros. Aquí somos dos, yo y los otros- cuando salgo al recreo, obligado por la manaza del maestro que me lanza al pasillo- me esperan ya. Dos docenas de ojos fijos en la puerta, tan pronto mi endeble, temerosa y amedrentada figura se recorta en el vano, aúllan como lobos hambrientos y se acercan.
Me parecen un corro amenazador de lobos esteparios con sus fauces plenas de colmillos afilados goteando babas, como nata recién batida... me inmovilizan con sus garras, me sacuden, me sujetan, me arrastran. Comienza el baile.
Un baile que terminará cuando la sirena anuncie el final de recreo, ese espacio de tiempo interminable. Lo he pensado a veces, he sopesado la posibilidad de gritar, de correr hacia el lugar donde los profesores tontean con las profesoras y contarles, a grito pelado, lo mismo que están viendo de reojo o de frente, pero que no quieren ver, ni oír. Prefieren creer que son cosas de chicos, que mejor no intervenir, que las distintas personalidades han de bruñirse en la brega infantil antes de llegar al combate cuerpo a cuerpo de los adultos, en la vida cotidiana.
He desistido tras algún infructuoso intento.
-"Anda, anda, eres un exagerado. Si te dan una torta devuélvela, no me vengas con que todos están en contra tuya, que te persiguen dentro y fuera del colegio, que estás asustado, que eres impotente para... Oye, chaval, eso de que eres impotente ¿en qué sentido lo dices... ja, ja, ja, ja?”.
Lo he dejado correr. Peor fue en casa. Contar las vejaciones, las palizas, las trampas a las que me someten... lo intenté pero, me dijeron de todo por consentirlo, por ser tan poquita cosa, por no hacer frente a las dificultades, por ser tan consentidor, por volver con la ropa hecha jirones y huellas de golpes, por... Ahora pienso en otras alternativas mientras recibo golpes, empellones, cachetes, capones… la violencia de otros, todos los otros, en este “recreo” interminable.
Mamá tiene un droguería y a mí me encanta la química. Papa es policía y miembro del Tiro Olímpico, tiene la casa llena de armas… He estado a punto de tirar la toalla, de suplicar un cambio de colegio, o de colgarme de una cuerda por el cuello y dejar una nota explicativa:
-“Sr. Juez, quiero que se culpe de mi muerte a:..”- y enumerar a todos los culpables, no sólo a los bestias que me aterrorizan, no solo a ellos. Pero he pensado mucho y, con los medios que tengo a mí disposición… he ideado un plan. Sí, ahora tengo un plan, para todos ellos.
drh/scilas
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