22 ago 2021

La prima Montse.

Son ya casi las siete de la mañana y, de repente, soy consciente de la urgencia con la que mi vejiga exige vaciarse. Todavía adormilado y con los ojos entornados por el sueño camino descalzo por el pasillo. La puerta del water aparece entreabierta y deja escapar un haz de luz de su interior. Maldigo al despistado que se ha dejado las luces encendidas toda la noche.

Mentalmente paso lista de los usuarios de esta parte de la casa buscando culpables: mi hermano mayor no, está de viaje. Mi madre usa el water pequeño y no aparece por esta zona. Mi hermanita pequeña, trece años, y yo. Un chispazo ilumina las sombras de mi memoria: desde ayer tenemos una invitada, mi prima Montse, se quedará una semana con nosotros.

Montse siempre ha sido, o eso me parecía a mí, una niña antipática,  larguirucha, huesuda, pecosa e imprevisible de carácter. No obstante, al verla llegar ayer, con sus recién cumplidos dieciséis añitos tuve la impresión de que ha cambiado, y mucho. Me pareció mayor que yo, cuando le saco casi tres años.

Durante el baño en la piscina mostró en todo su esplendor la explosión de su adolescencia. En insignificante bikini no ocultó ninguno de sus encantos, de sus perfectas proporciones. Apenas fui consciente de la cara de lelo, con el belfo caído, que adopté mientras la observaba nadar, tirarse de cabeza al agua, o relajarse sobre la mullida toalla calentándose al sol.

Me sorprendió el cambio de la prima Montse. Se esfumó mi malestar al enterarme de que habríamos de soportarla durante una semana en casa, incluso llegué a pensar que por mí podría quedarse todo el mes.

Asomé con precaución la cabeza en el baño y no me sorprendió comprobar que la culpable de las luces encendidas era ella, la prima. Suspiré deslumbrado por la escena que descubrí: sobre la taza del water la prima permanecía sentada, con los muslos muy abiertos y la diminuta braguita colgando sobre los tobillos. Una imagen tórrida que me afectó de inmediato. Las piernas abiertas y las braguitas colgando era sin duda la foto fija preferida por cualquier pajillero.

La leve camiseta de tirantes mostraba los globos agitados de sus pechos, agitados por el cadencioso movimiento de su mano derecha que se introducía entre los muslos subiendo y bajado. Mantenía la cabeza inclinada hacia atrás, los ojos entornados y los labios entreabiertos dejando escapar leves quejidos de placer a medida que su mano adquiría más velocidad. Su lengua rosada y húmeda mojaba los resecos labios de tanto en tanto.

No pude aguantar más, avancé un par de pasos en el interior, me ofrecí a ayudarle, como un caballero.

-Prima, ¿te ayudo?- abrió un poco sus ojos y clavó en mí una mirada inescrutable.Pero no me miraba a mí, miraba la tremenda erección de mi pijama. 

-¿Cómo puedes ayudarme primo?- su voz chispeante y cantarina me sonó como la de un camionero con resaca.

-Cómo tú quieras, prima, como tú quieras- seguí avanzando hacia ella consciente del tremendo poste que bajo las rayas del pijama le apuntaba directamente.

-Continuará.

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