13 nov 2013

La uña del alacrán



Relato casi cierto dedicado- con todo afecto- a Joan Carles Olivares.




-“La uña del alacrán se agita amenazadora al extremo de su cola enhiesta. Camina veloz bajo el sol abrasador. A intervalos se detiene, duda, cambia de dirección, busca una sombra protectora, continúa su rápido caminar sobre las patas, semejantes a las de un exquisito cangrejo de río, pero el ponzoñoso apéndice curvado sobre la espalda desmiente de inmediato la comparación”.
Andrés aparta la mirada inquieta, asustada, de la lámina coloreada colgada por Don Serafín en la pizarra. Observa a través de la ventana, el cadencioso y agitado vaivén de las ramas, verdes y frescas, de las acacias. Pero no puede evitar que la voz de rapsoda del maestro penetre en sus oídos, en su cerebro, y se mezcle con la imagen ampliada del terrorífico y venenoso bicho.

En las dunas, cerca de la costa, cuatro pequeñas tiendas Igloo ponen una nota de color en la escasa vegetación. Tres de las tiendas tienen las cremalleras bajadas, pero una de ellas no y por la puerta asoma la peluda pierna de un hombre. Cerca del pie corretea indeciso un alacrán al que llama la atención el movimiento del dedo gordo del pie que asoma de la sandalia. El hombre descansa recostado sobre una colchoneta en el interior. Agita los dedos con delectación y el movimiento es interpretado como una amenaza. Con velocidad de vértigo sujeta con sus pinzas al “enemigo” y, curvando al máximo la cola, clava la uña profundamente en el dedo. La retira con la misma velocidad y trata de alejarse pero el hombre lanza un grito de dolor incorporándose de súbito, se mira el dedo y descubre al arisco invitado alejándose. En un acto reflejo recoge una bota del suelo y con la suela le propina un golpe, no le mata pero le atonta, impidiendo que se oculte bajo la arena.
-¡Me ha mordido, me ha mordido el escorpión!- le grita a su compañera.
-¿Estás seguro?- pregunta la joven incorporándose junto a él.
-Y tanto, mira ahí está. Métele en un frasco, el médico necesitará verlo. Tienes que llevarme a un hospital, no sé qué tipo de veneno me habrá inoculado.
Han pasado años, pero Andrés recuerda con absoluta nitidez las imágenes y las palabras del maestro sobre el alacrán. Observa preocupado como su dedo engorda, crece. A su cerebro llegan ondas de dolor, a cada instante más insoportable, junto con preguntas tontas cómo:
-¿Será muy venenosa esta especie? ¿Qué margen de tiempo tengo para ser atendido? ¿Habrá un hospital cercano? ¿Tendrán un antídoto? ¿Cuánto tardará en afectar al corazón? ¿Paralizará mi respiración? ¿Será una muerte jodida, dolorosa y jodida, además de estúpida?
Entre tanto la joven actúa con celeridad y eficacia, acerca la boca del frasco de vidrio y con dos hábiles movimientos introduce en su interior al arácnido que se oculta bajo la sal, excepto el pérfido aguijón que muestra maligno, amenazador.
-¿Qué quieres que hagamos, cielo? Los demás pueden tardar en volver, han bajado al rio. Habíamos quedado en suspender los trabajos de excavación y tomarnos el día de fiesta, así que estamos solos.
-El dolor me está matando, el veneno se desplaza hacia el tobillo, deberíamos salir disparados y buscar un hospital pero no sé en qué dirección, ni si dispondrán de un antídoto. Por otra parte, conducir así no me atrevo, me afectará a la visión, a los reflejos... qué sé yo.
-Puedo conducir yo. Pero hay que hacerte un torniquete para impedir que avance el veneno- con un fino pañuelo de hierbas realiza un torniquete por encima del tobillo.
-Eso no tiene sentido, cariño, en diez minutos habrá que quitarlo, un torniquete contiene el riego sanguíneo, puede evitar una hemorragia temporalmente, pero si no se restituye la circulación sanguínea...

Continúan sentados sobre la colchoneta, en el interior de la pequeña tienda. Forman pasrte de un pequeño grupo de arqueólogos procedente del vecino país, aficionados al 4x4. Están explorando un yacimiento arqueológico en las proximidades de las dunas, junto a la playa. Al lado de las rumorosas y espumeantes olas, azul turquesa, del Atlántico. Durante la noche, tal vez atraído por el calor de sus cuerpos, el escorpión penetró en la tienda y por la mañana, al despertarse Andrés y mover el pie le asustó y, de inmediato, clavó su dardo venenoso.
-Cariño, recuerdo que oí hablar de una solución muy eficaz. La única que tenemos a mano. Es segura y no necesita de médicos. Se la oí contar a mi viejo profesor, según él salvó la vida a muchas personas.
-¿De qué se trata? Si es tan eficaz pongámoslo en práctica- apoya de inmediato la joven.
-Antiguamente no había antídotos, las mordeduras o picaduras se producían en el campo y la única manera de salvar la vida era que una persona succionase el veneno de la picadura, escupiéndolo de inmediato y volviendo a succionar hasta eliminarlo. Así la cantidad absorbida por la sangre era escasa y se contrarrestaba por el organismo. Si te parece, aprovechando que con el torniquete no se ha expandido todavía, podrías proceder.
-Pero, cielo, si te duele tanto el pie, y te ha paralizado los dedos ya... ¿qué le pasará a mi boquita, a mis labios, a mi personita...? ¿Has pensado que puedo morir envenenada sin haberme picado a mí? Tal vez si te inclinas un poco, y tiras del pie hacia arriba llegues tú mismo, y puedas succionar la picadura, total ya estás inoculado, no correrías más riesgo.
-Cariño, yo no puedo hacerlo, no llego al pie, no soy una atracción de circo que se doble como si fuese de goma y, mientras discutimos, el tiempo pasa y la cosa puede ser irreversible. ¿Puedes hacer eso por mí, cielo?
-La culpa es de la cerveza, te gusta demasiado, y la buena mesa. Claro esa curva de la felicidad te impide salvarte a ti mismo y tienes que pedirme a mí que arriesgue...
-A ver cariño, te lo explicaré de otra manera: si el veneno me afecta, si el veneno paraliza mi corazón, puedes quedarte sola, de repente, a dos mil kilómetros de casa. Sin trabajo, con dos hipotecas, con un elevado número de facturas pendientes de pago. Y te agrada vivir bien, y gastar sin límites. Gastos que pago yo. Como tus tratamientos, tus caprichos, tus antojos... Te conviene ayudar a que esto quede en un incidente, por todo lo dicho y porque me amas ¿No es cierto, mi vida?
-Claro que te amo, mi cielo- toma una caja de toallitas húmedas y limpia el dedo y los alrededores de la picadura, se inclina y colocando los labios como una rosada ventosa alrededor succiona, al tiempo que presiona suavemente desde atrás con ambas manos haciendo retroceder el veneno hacia el dedo. Retira la boca y girándose escupe a un lado. Con una toallita limpia sus labios y lengua. Se inclina de nuevo y reanuda la succión con el máximo interés. Andrés se retuerce de dolor, se deja caer de espaldas tratando de soportarlo.
Le enternece observarla inclinada, con el grueso dedo introducido en la boca, chupando una y otra vez con delectación.
Recuerda que en ocasiones usa ese mismo punto para ponerle a cien. No acierta a entender cómo pueden venirle a la mente recuerdos tan... tan sensuales en una situación tan dramática. Hasta que repara en algo absolutamente irracional, increíble. A medida que el dolor provocado por el veneno aumenta; a medida que los latidos amenazan con romper las venas y arterias de su pie, esos mismos latidos, esa disparatada inflamación que ha duplicado el tamaño del dedo gordo del pie está repitiéndose en otro lugar, entre sus muslos.
El miembro salta literalmente, duro, encabritado como un caballo salvaje, incontenible, brutalmente enhiesto, a punto de estallar, escapa del pequeño slip mostrándose como un monstruoso áspid, dispuesto a atacar, a escasos centímetros del rostro de la mujer que, aplicada con la picadura no repara en la situación, de momento.
-Cariño, tienes que soltar el torniquete, no contiene la expansión del veneno, pero me está matando, el pie está azul por la falta riego.
-¿Cómo sabes que no lo frena?- responde tras escupir lo que supone últimas gotas de veneno.
-Sencillamente, porque estoy percibiendo los efectos a mucha distancia de la picadura, mira- le muestra el miembro azulado, tieso como una barra de acero.
-¡Ostras! Cariño, “eso” no es tuyo, ¿qué te ha pasado? Estás... estás... mucho más grande y duro y... de lo habitual.
-Tengo leído que podría ser un efecto colateral del veneno, un efecto neurológico. Me temo que tendrás que cambiar de “picadura”, ahora es más urgente rebajar la inflamación de tu “amigo”, si sigue creciendo reventará como un globo, creo que me duele más que la picadura del pie. La mujer observa alternativamente el dedo y el falo y, finalmente la cara de su pareja, en la que no ve signos de lo que parece una colosal tomadura de pelo.
-¿En serio quieres que cambie de “dedo”? Comprenderás que a mí me agrada más ese que éste.
-Si cariño, es necesario, esto es más urgente, intenta extraerle el “veneno”, como tú sabes, luego nos ocuparemos de la maldita picadura.
Abandona el pie y se apodera con decisión del portentoso cetro que parece tener vida propia en su mano. El ojo central la observa maliciosamente. La joven se aplica con entusiasmo a la tarea. Ensaliva totalmente el tronco desde la base hasta el enrojecido glande, trata de absorberlo en su boca sin lograrlo, demasiado tamaño, demasiada rigidez.
-Mi amor, esto no me cabe. ¿Qué has hecho para duplicar su tamaño? ¡Es un milagro!- parece muy satisfecha del anormal aspecto del miembro.
-Inténtalo, amor, tú puedes. O recurrimos a tu otra boquita, seguro que no pondrá reparos- con dedos hábiles tira de las braguitas de la joven, inclinada de nuevo sobre él, dejando al descubierto las nalgas y, entre éstas el sexo, afeitado. Sus dedos impacientes juguetean con los labios de la vulva que se abre lentamente como un girasol con la luz del amanecer.
El miembro aumenta su dureza, las arterias hinchadas culebrean por la superficie, las manos delicadas y mojadas en saliva suben y bajan arrancando suspiros del paciente que, de vez en cuando, salta hacia arriba impulsado por un invisible muelle.
-Cielo, creo que deberías subir, colocarte sobre él y dejarte caer. No aguanto más, va a reventar- la anima a colocarse a horcajadas sobre su pelvis al tiempo que mantiene en posición el falo cuya descomunal cabeza se abre paso lentamente separando los gruesos labios y adentrándose en la vagina que le recibe con un río de aromáticos geles lubrificadores.
-Me mata de gusto tu “menhir”, pero tengo miedo. “Esto” puede abrirme en dos, como un melón maduro- murmura con un ronroneo de gata en celo. Se deja caer con un profundo suspiro. Las paredes húmedas de la vagina se contraen gustosas al ser empujadas por el tremendo ariete que se abre paso hasta lo más profundo.
Andrés sujeta los pechos que oscilan alocadamente sobre él. La mujer cabalga con brío, olvidándose del riesgo de ser ensartada por la poderosa lanza que la perfora una y otra vez. Se eleva para dejarse caer de nuevo, clavándose hasta la base, sin dejar un centímetro fuera de su voraz vagina. Sus ronroneos son ya gritos desesperados en pos de una orgasmo demoledor, cuando lo alcanza explota como un obús. Trata de dejarse caer desmadejada hacia delante pero la tremenda barra sigue dura e inflexible y se lo impide.
-Creo que es el momento, ahora podrás extraer el veneno, mi vida- obediente se deja caer de lado. La vagina suspira de forma ruidosa al quedarse de repente vacía. Toma el miembro húmedo entre sus manos y logra engullirlo profundamente, le dedica todo tipo de caricias, su lengua sabia y dulce no descansa hasta que las brutales contracciones le indican que ha llegado el momento: el “veneno” está a punto de brotar. Con una mano sostiene los pesados testículos, llenos a rebosar, y con la otra continúa su labor hasta que, cual explosión pirotécnica, un geiser en forma de palmera explota, lanzando a lo alto su carga.
Momentos más tarde escuchan la llegada de sus compañeros, se visten y tomando el frasco con el alacrán se dirigen al coche. Cuentan lo sucedido a grandes rasgos a sus compañeros y se alejan a la búsqueda de un médico que aporte el antídoto necesario. Ya en el coche, mientras conduce atentamente pregunta la joven:
-Cariño ¿Nos podremos quedar con el animalito?- utiliza su vocecita más ingenua.
-Todavía está vivo, es muy peligroso. ¿Para qué quieres tener un bicho así, para que me pique otra vez?
Tras hacer la pregunta se arrepiente de haberla hecho, la sonrisa pícara en el rostro de la joven le permite adivinar la posible respuesta.
-Para nada, cielo, para nada.

©Copyright: Diego R.Herrero

Agosto’2013

2 comentarios:

  1. El dolor se cura con el placer. Me ha gustado tu relato.
    Y a propósito de "venenos", te invito a explorar el catálogo de Ángeles con Bragas Sucias en www.bragasardientes.com

    Cierra los ojos y huele...

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  2. Suerte con el "novedoso" negocio.

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