La uña del alacrán.
Relato casi cierto dedicado- con todo afecto- a Joan Carles Olivares.
-La uña del alacrán se agita amenazadora al extremo de su cola enhiesta. Camina veloz bajo el sol abrasador. A intervalos se detiene, duda, cambia de dirección, luego continúa su rápido caminar. El ponzoñoso apéndice curvado sobre la espalda semeja un grito de advertencia.
El pequeño Andrés desvía su mirada asustada de la lámina colgada en la pizarra por don Serafín el maestro y observa, a través de la ventana, el vaivén de las ramas de las acacias. La voz de rapsoda del maestro penetra por sus oídos, en su cerebro, y se mezcla con la imagen del terrorífico y venenoso bicho.
En las dunas, cerca de la costa, se alzan cuatro pequeñas tiendas Igloo. Tres de ellas tienen las cremalleras cerradas, por la cuarta asoma la peluda pierna de un hombre. Cerca del pie desnudo corretea un alacrán atraído por el dedo gordo del pie que se mueve a intervalos. El hombre descansa sobre una colchoneta ajeno a la atracción que el movimiento de su dedo ejerce sobre el temible y venenoso arácnido. De improviso sujeta con sus pinzas al “enemigo” y, curvando al máximo la cola, clava la uña en el dedo y huye, pero el hombre lanza un grito de dolor, se incorpora, y descubre al escorpión alejándose. Con la suela de su bota le propina un golpe, no le mata pero impide que se oculte bajo la arena y huya.
-¡Me ha mordido el escorpión!- le grita a su compañera invisible en el interior del Igloo.
-¿Estás seguro?- pregunta una joven saliendo al exterior.
-Y tanto, mira ahí está. ponle en un recipiente, el médico querrá verle. Tienes que llevarme a un hospital, no sé qué tipo de veneno me ha inoculado.
Han pasado años, pero Andrés recuerda con nitidez la imagen y las palabras del maestro sobre el alacrán. Observa preocupado como en pocos minutos su dedo engorda, crece. A su cerebro llegan ondas de dolor, a cada instante más insoportable, junto con preguntas cómo:
-¿Será muy venenosa esta especie? ¿Qué margen de tiempo tengo para salvarme? ¿Habrá un hospital cercano? ¿Tendrán un antídoto? ¿Cuánto tardará en afectarme al corazón? ¿Será una muerte jodida, dolorosa y jodida, además de estúpida?
Entre tanto la joven actúa con celeridad y eficacia, acerca la boca del frasco de vidrio- un salero- y con un hábil movimiento introduce en su interior al arácnido que se oculta bajo la sal, excepto el pérfido aguijón que asoma maligno, amenazador.
-¿Qué hacemos, cielo? Los colegas tardarán en volver. Acordamos suspender los trabajos de excavación y tomarnos el día de fiesta, estamos solos.
-El dolor me está matando, siento que el veneno sube hacia el tobillo, deberíamos salir disparados y buscar un hospital pero no sé en qué dirección ir, ni si dispondrán de un antídoto. Por otra parte, a conducir no me atrevo, pronto me afectará a la visión, a los reflejos... qué sé yo.
-Puedo conducir yo. Pero hay que aplicar un torniquete para impedir que avance el veneno- la joven usa un fino pañuelo de hierbas y realiza el torniquete por encima del tobillo.
-Eso no tiene sentido, cariño, en diez minutos habrá que quitarlo, un torniquete contiene el riego sanguíneo, puede evitar una hemorragia temporalmente, pero si no se restituye la circulación sanguínea...
Continúan sobre la colchoneta, en el interior de la pequeña tienda. Forman parte de un pequeño grupo de arqueólogos procedentes del vecino país que exploran un yacimiento arqueológico en las proximidades de las dunas, cerca de la costa Atlántica portuguesa.
-Cariño, he oído hablar de una solución eficaz. La única que podríamos aplicar. Es segura y no necesitaríamos médicos. Me la explicó mi viejo profesor, don Serafín, siendo yo un crío. Según él la técnica salvó la vida a muchas personas.
-¿De qué se trata? Si es tan eficaz...- apoya de inmediato la mujer.
-Antiguamente no había antídotos, las mordeduras o picaduras se producían en el campo, sin medios y la única manera de salvar la vida era que una persona succionase el veneno de la picadura, escupiendo de inmediato y volviendo a succionar hasta eliminarlo. Así la cantidad absorbida por la sangre es escasa y se contrarresta por el organismo. Si te parece, aprovechando que con el torniquete no se ha expandido todavía, podrías proceder.
-Pero, cielo mío, si te duele tanto el pie, si te ha paralizado los dedos... ¿qué le pasará a mi boquita, a mis labios, a mi personita? ¿Has pensado que podría morir yo, sin haberme picado a mí? Tal vez si te inclinas un poco, y tiras del pie hacia arriba llegarías tú mismo, y podrías succionar el veneno. Total ya estás inoculado, no correrías más riesgo.
-Cariño, yo no puedo, no soy una atracción de circo que se doble como si fuese de goma y, mientras discutimos, el tiempo pasa y la cosa puede ser irreversible. ¿Puedes intentar la succión y salvarme la vida, cielo mío?
-La culpa la tiene la cerveza, te gusta demasiado, y la buena mesa. Claro, esa curva de la felicidad te impide salvarte a ti mismo y tienes que pedirme a mí que arriesgue mi vida...
-A ver, mi amor, te lo explicaré mejor: si el veneno me afecta, si paraliza mi corazón, te quedarás sola de repente, a dos mil kilómetros de mi casa. No estamos casados por lo que no me heredarás pero si lo hicieses estarías sin trabajo, con dos hipotecas, con un elevado número de facturas pendientes de pago... Y te agrada vivir bien, y gastar sin límites. Gastos que pago yo. Como tus tratamientos de belleza, tus caprichos, tus antojos... Considera que te conviene ayudar a resolver este incidente, porque te conviene y porque me amas ¿No es cierto, mi vida?
-Claro que te amo, mi cielo-.
Toma una caja de toallitas húmedas y limpia el dedo y los alrededores de la picadura, se inclina y colocando los labios como una ventosa succiona, al tiempo que presiona suavemente desde atrás con ambas manos haciendo retroceder el veneno hacia el dedo. Retira la boca y escupe a un lado. Con una toallita limpia sus labios y lengua. Se inclina de nuevo y reanuda la succión con el máximo interés. Andrés se retuerce de dolor, se deja caer de espaldas tratando de soportarlo. Le enternece observarla inclinada, con el grueso y feo dedo en la boca, chupando con aparente delectación.
Recuerda que con frecuencia usa ese mismo punto para ponerle a cien. No acierta a entender cómo pueden acudir a su mente recuerdos tan... tan tórridos en una situación tan dramática. Repara entonces en algo extraño. A medida que el dolor provocado por el veneno aumenta; a medida que los latidos amenazan con romper las arterias de su pie, esos mismos latidos, esa disparatada inflamación que ha duplicado el tamaño del dedo gordo del pie está repitiéndose inexplicablemente en su miembro. El miembro encabritado como un caballo salvaje, escapa del pequeño slip mostrándose como un áspid, a escasos centímetros del rostro de la mujer que no repara en la situación.
-Cariño, tienes que soltar el torniquete, no está conteniendo la expansión del veneno, pero me está matando, el pie está ya azul por la falta riego.
-¿Cómo sabes que no lo está frenando?- escupe una vez más las últimas gotas de veneno.
-Porque estoy percibiendo los efectos a mucha distancia de la picadura, mira- le muestra el miembro azulado, tieso como una barra de acero.
-¡Ostras! Cariño, “eso” no es tuyo, ¿qué te está pasado? Estás... estás... mucho más grande y duro... de lo habitual.
-He leído en alguna parte que es un efecto colateral del veneno, un efecto neurológico. Tendrás que cambiar de “lugar”, es más urgente rebajar la inflamación de mi “amigo”, si sigue así reventará como un globo, me duele más que la picadura del pie.
La joven observa el dedo del pie y el falo y, finalmente la cara de su pareja, pero no observa signos de lo que podría ser una colosal tomadura de pelo.
-¿Quieres que cambie de “dedo”? Comprenderás que a mí me agrada más ese que éste pero... ¿No pretenderás aprovecharte de la situación? No tendría gracia.
-Claro que no. Esto es urgente, intenta extraerle el “veneno”, como tú sabes, luego seguiremos ocupándonos de la maldita picadura.
Se apodera con decisión del miembro que en su mano tiene vida propia. La mujer se aplica con entusiasmo, ensaliva el tronco desde la base hasta el glande e inicia el procedimiento extractivo.
-Mi amor, ¿qué has hecho para duplicar su tamaño? ¡Es un milagro!- parece satisfecha con el nuevo aspecto del miembro.
-Si tienes problemas podemos recurrir a tu otra boquita, seguro que no pondrá reparos-.
Con dedos hábiles tira de las braguitas de la joven, inclinada de nuevo sobre él, dejando al descubierto el sexo, afeitado. Sus dedos impacientes juguetean con la vulva que se abre lentamente como los girasoles al amanecer. El miembro aumenta su dureza, las arterias hinchadas culebrean por la superficie, las manos delicadas y mojadas en saliva suben y bajan arrancando suspiros del paciente que, de vez en cuando, salta hacia arriba impulsado por un invisible muelle.
-Cielo, creo que deberías subir ya. No aguanto más, esto va a explotar por efecto del veneno.
Aceptando la sugerencia se coloca a horcajadas sobre él y se deja caer sobre la erección con un profundo suspiro. Las paredes de la vagina se contraen gustosas al ser empujadas por el ariete que se abre paso hasta lo más profundo. Poco después:
-Es el momento, ya puedes extraer el veneno, mi vida- obediente se deja caer de lado.
La vagina suspira ruidosa al vaciarse. Toma el miembro entre sus manos y lo engulle, le dedica todo tipo de atenciones, hasta que las contracciones le indican que ha llegado el momento y el “veneno” es expulsado a presión.
Momentos más tarde escuchan acercarse a sus compañeros, se visten y tomando el frasco con el alacrán se dirigen al coche. Les cuentan brevemente lo sucedido y se alejan a la búsqueda de un médico de urgencia que aporte el antídoto necesario. Ya en el coche, mientras conduce pregunta la joven:
-Cariño ¿Nos podremos quedar con el animalito cuando lo vea el médico?- utiliza su tono más ingenuo.
-Todavía está vivo, es muy peligroso. ¿Para qué quieres un bicho así en casa, para que me pique otra vez?
Tras hacer la pregunta se arrepiente, la sonrisa pícara en el rostro de la joven le permite adivinar la posible respuesta.
-Para nada, cielo, para nada. Era una tontería.
El dolor se cura con el placer. Me ha gustado tu relato.
ResponderEliminarY a propósito de "venenos", te invito a explorar el catálogo de Ángeles con Bragas Sucias en www.bragasardientes.com
Cierra los ojos y huele...
Suerte con el "novedoso" negocio.
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