19 nov 2010

El regalo


El Regalo



Me acerco en silencio a su espalda sin apartar la mirada de su figura, frágil, frente al lienzo. Al contraluz la veo desnuda, los muslos ligeramente separados, la cabeza inclinada como el tallo verde de un lirio, absorta la mirada en la contemplación de la última pincelada. La mano con el pincel, detenida en alto, dubitativa, perpleja.
Me aproximo y sus glúteos presionan dulcemente mis ingles. No se mueve. Contiene la respiración pero no se mueve, a pesar de que mi aliento abrasa su nuca. Sabe quién soy, percibe mi olor, sin duda- una vez me dijo que detectaba mi olor a cien metros de distancia- como una pantera en pleno celo, pensé al escucharla.
-¿Qué pasa por tu mente, que te impulsa a “quemar” el lienzo con esos tonos tan salvajes, tan ardientes?- no contesta a mi pregunta y tiro de ella.
Su mano se cierra entorno a un pequeño objeto, sostenido entre los dedos y sus ojos me miran de tal forma que funde mis carnes como hielo puesto al fuego. Camina tras de mi, cogida de la punta de mis dedos, arrastrando sus pies sobre la tarima encerada, noto en la espalda la dureza de sus pezones.
-Ven acá... recuéstate- la empujo suave pero inexorablemente sobre el lecho de revueltas sábanas negras. Negras como el negro azulado del vello recortado que adorna su sexo. Eleva ligeramente las nalgas y se mantiene así, boca abajo. Sabe qué prefiero y cómo comenzaré a desvestirla, dónde me detendré más tiempo, en qué lugar humedecerá su piel mi saliva. Lo sabe porque ha estudiado con ahínco mis aficiones, ha observado con arrobada atención mis gestos, ha aprendido mis preferencias, mis inclinaciones, mis locuras…
Miro su cuerpo con mal disimulada admiración, mi mano separa un poco más los muslos y la recorre bajo la tenue muselina del vestido hacia arriba, cómo no. Sus hombros se contraen ligeramente con un escalofrío involuntario cuando la punta de mis dedos, invasores, se humedecen al tocarla…
Me tiende su mano y, al abrirla, muestra el objeto que contiene. El pequeño tesoro que me ofrece, un pequeño cuadrado de papel plateado.
-Toma- me dice ruborosa, con un destello pícaro en sus ojos color miel- póntelo.

© Scila-mayo’07

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