23 jun 2009

El Tabique II (Serie Cristal)

El tabique II.




-Cristal hoy te veo distraída, ausente. ¿Qué te ocurre amor?
La mujer, con un hábil y rápido movimiento de caderas expulsa de su vagina al visitante y se gira dándome la espalda. Observa sin ver el cercano tabique. Levanta la pierna extendida y colando su mano hacia atrás atrapa la húmeda erección reubicándola de nuevo, ahora desde atrás, en su vagina. No escucha, o no quiere responder, a mi pregunta.
-¿No quieres hablar, ha de ser así de frío y directo?- me muestro dolido.
-Aquí estoy, dispuesta, a tu disposición, ¿Qué más quieres?- empuja con energía hacia atrás clavándose en mi miembro. Separa los muslos y eleva las rodillas facilitando la máxima receptividad.
-¿Crees que sólo quiero esto, piensas que es lo único que me trae hasta ti? Qué poco valoras mi afecto, mi cariño, mi… -no puedo evitar el impulso electrizante de golpear con la pelvis sobre sus nalgas al tiempo que estrujo con pasión uno de sus pechos.
-No divagues cielo, aquí venimos a esto, sólo a esto. Si pudiésemos hacerlo por teléfono no me verías. Harías una llamada, te correrías y hasta la próxima.
-Me haces sentir poco menos que un animal. ¿Cómo eres capaz de pensar, y decir, algo así? ¿Qué te ocurre hoy?
Me pide silencio llevándose un dedo a los labios. Desplaza la cabeza hasta el borde del colchón, en un intento de aproximarse al tabique, detrás del cual se escucha el murmullo de una conversación.
-Escucha, ya están ahí al lado. ¿Serán los mismos?
-¿Cómo van a ser los mismos?, aquí todos venimos a lo mismo, aceptas la habitación que te asignan, pagas y…
-No, mi amor, aquí no vienen todos a lo mismo, algunos vienen a amarse, a ser felices, a refugiarse en un lugar discreto dónde decirse cuánto y cómo se quieren. No todos vienen a follar, a secas.
Su postura, encorvada hacia delante, me ofrece un acceso fácil y excitante que s no puedo ignorar, a cada instante aumenta la velocidad y la potencia de mis golpes como si pretendiera partirla en dos. Ella a introduce su mano entre los muslos y se apodera de los huevos, los estruja con rabia, aumentando así el placer y la excitación.
-Todos venimos aquí a amarnos cielo. Todos. Bien es cierto que, a veces, dedicamos menos tiempo del conveniente a los prolegómenos, pero eso es…
-Escucha, escucha como se aman, qué cosas se dicen, qué felicidad les embarga sin quitarse ni los zapatos. Eso es amor, esto es sexo.
-Mujer, terminan de entrar en la habitación, que hemos oído el golpe de la puerta, dales tiempo, dentro de unos minutos estarán haciendo lo que todos. Y eso no significa…
-No compares, no compares esto que hacemos con lo que hacen ellos. Nosotros venimos directamente a disfrutar, a gozar como animales en celo, a revolcarnos en estas sábanas impregnadas de nuestro sudor, del olor de nuestros sexos. ¿Me oyes a mí decirte palabras tiernas de amor? ¡No! Tan sólo escuchas gruñidos, imprecaciones, peticiones como ¡métela hasta el fondo!, ¡empuja más cabrón!, ¡mátame a polvos!, ¡clávame con esa lanza al rojo vivo!, ¡cómeme el coño!, ¡muérdeme los pezones…!
Sólo escuchas estas frases mientras me cabalgas con furia, con odio- sí, con odio, confiésalo- cuando me montas no me quieres, te excita odiarme, estrujar mis tetas con saña, usar tu miembro como una arma incandescente para perforarme como lo haría un taladro percutor, pero a menos revoluciones.
-¡Estas loca!- la respiración entrecortada no se presta a largas frases dado que en ningún momento interrumpo la  veloz cabalgada sobre su grupa. Muerde con fuerza una esquina de la almohada, evitando los gritos de placer que pugnan por salir de su garganta.
-Escúchalos, escúchalos y no te detengas ¡por Dios sigue así! Pero escucha como se besan, como se quieren uniendo sus labios, como las manos acarician sin prisas, se deslizan como plumas de faisán, como se oprimen sin violencia, como ofrece ella su cuello a los besos como brisa, como su piel se eriza de placer, y sus ojos se cierran para atesorar las imágenes que imagina, observa cómo se abrazan, como tiernas ramas de abedul, como se yerguen sus pechos erizados, los pezones oscuros… ¡Más fuerte cabrón! ¡Más duro! ¡Más profundo! ¡Golpea!, ¡Empuja...!
¡Me corroooooooooooooo!

©Scila/10/06

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