22 jun 2009

El tabique (serie Cristal)



El Tabique I.



-Cristal, tu nombre, de resonancias ambarinas en mi oído, te define. Eres frágil en recordar tus promesas, siempre creo que al instante siguiente se romperá no tú, ni tu nombre, se romperá esta pasión desigual que nos trae, a intervalos cada vez más dilatados, a esta habitación sin vistas.
-Calla y escucha, escucha a quienes hablan al otro lado de la pared. Ven, acércate y escucha- me coge de la mano y, desnudos, abandonamos el lecho. Las sábanas a medio calentar parecen protestar con ese ligero ruido, ese frú-frú de lienzo mal planchado, al sentirse arrugadas, olvidadas y condenadas a esperarnos.
-No oigo nada- me irrita que me fuerce a dejar la calidez de las sábanas, el tacto aterciopelado de sus senos henchidos y el oloroso perfume de su cuerpo a punto de ser cabalgado. Qué hago aquí de pie, con esta erección que podría ser admirable allí, entre sus muslos abiertos y me parece ridícula aquí, junto al yeso basto del tabique.
-Calla, calla y pega el oído- me muestra cómo hacerlo poniéndose de lado y pegando la mejilla, antes se quita el pendiente, a la pared.
Tengo una inspiración, me coloco tras ella, inclinada hacia delante y, al tiempo coloco mi oreja en el yeso. Deslizo al desgaire la molesta erección entre sus muslos y la rodeo con mis brazos por la cintura, pegándola a mí, necesito su calor.
-¿Oyes ahora?- pregunta ignorando mi abrazo y desoyendo las vibraciones del mástil que trisca incontrolado en la abundante vegetación pilosa de su sexo, distraído.
-Si, no, no sé- me pone nervioso la situación, espiando sonidos de otras personas que a su vez podrían haber escuchado nuestros sonidos, nuestros suspiros… Por otro lado, el contacto con su espalda acoplada como un guante a mí, y el ligero movimiento, involuntario, del cilindro aprisionado por sus muslos acelera los latidos de mi corazón y temo que los golpes repercutan en su espalda. Elevo una mano hasta un pecho oscilante y, oprimiéndolo con pasión, la atraigo aún más contra mi cuerpo. Espero un exabrupto de su parte pero continúa como si no fuese con ella, tan distraída está escuchando no sé qué al otro lado que, tentado estoy, de probar a introducirme y comprobar si consiente por distracción, ya que por pasión hoy no será.
-Cristal, ¿no deberíamos regresar a nuestras sábanas, no deberíamos continuar donde estábamos y dejar a esas personas que hablen, o que digan, o que hagan? ¿No hemos venido aquí a ser felices un rato, lo más dilatado posible?
-Calla pesado, y escucha, están discutiendo- como sin querer coloca la palma de su mano en mi nalga y tira de mí aproximándome a ella. Agradexco el gesto con un soberbio apretón del pezón derecho que se transforma en un oscuro y agradecido sonido en su garganta. Entonces escucho a nuestros vecinos.
-“¡Mientes!, mientes cada vez que me hablas. No le has dicho nada y no se lo dirás. Aguantarás así hasta que uno de los dos… se canse. ¿Quieres que sea yo la primera? ¿Quieres que sea yo la que diga basta? ¿A eso estás jugando?”.
-“¿Te parece normal que, justo cuando estoy a punto, precisamente cuando estoy llegando al punto... me interrumpas para hablarme de mi mujer? ¿A qué juegas? Se diría que pretendes usar el sexo, tu sexo, para hacerme claudicar, para llevarme a tu terreno… ¡Claro, como está a punto de correrse le puedo pedir la luna! ¿Es eso lo que pretendes?”.

Las voces llegan cada vez más nítidas, más claras, seguramente están elevando el tono. Junto con el aumento de las voces me inunda una oleada de placer, Cristal agita sus caderas levemente, sus nalgas empujan contra mí, y mi primo se lo pasa en grande buscando el camino entre la fronda húmeda de la vulva. Me inclinp hacia adelante y mi aliento quema la piel de su cuello que se dobla como roto hacia atrás facilitando mi intrusión, pero su oreja sigue pegada al yeso del tabique.
-“No puedes decirme eso, no puedes además de engañarme como a una tonta, insultarme con tus sospechas”- se escucha un sollozo ahogado y los murmullos bajan de intensidad dificultando nuestra recepción.
-No oigo nada- Cristal quita su mano de mi nalga y cesa en su excitante contoneo, casi pedo a gritos que reanuden la discusión los vecinos de al lado.
-Cris, vamos, regresemos a lo nuestro, dejemos que esos dos se reconcilien, se amen y sean felices. Vamos cielo- tiro de ella pero no puedo despegarla de la pared.
-Espera, espera, creo que ya les oigo pero… han debido acostarse otra vez les oigo más abajo- sin pensarlo se arrodilla y coloca la mejilla nuevamente en la pared. Dudo un instante, nada, sólo un instante, luego me coloco frente a ella y sin palabras le ofreezco la merienda al tiempo que, siguiendo su ejemplo, trato de escuchar a los de otro lado.
-“Eres malo y mentiroso pero… me tienes hechizada, monstruo”.
-“No seas boba, sabes que tenemos poco tiempo y lo pierdes con estas tonterías, venga seca esas lágrimas y acércate, mira quien te está esperando…”.
-¿Serán más de dos?- Pregunta Cristal que a veces parece tonta.
-Claro que sí cariño, como nosotros, son tres. Anda, cómete la merienda- sumisa coge con una mano el bocadillo y, antes de introducirlo en su garganta, preguntó mimosa:
-¿Nosotros somos tres, quien es el otro?
-Este cariño, somos tú y yo, y éste- empujo pelín irritado para que de una vez se calle y comience con una tarea que no debe interrumpir. No me gusta forzar las cosas, prefiero que sigan su natural cauce pero, dadas las circunstancias, sujeto sus pabellones auriculares y tirando de ellos acelero un tanto el pausado ritmo que mantiene Cristal, mi Cris.

Scila/18/5/06

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