5 jun 2009

La otra cara (II) Serie Cristal

Somos amantes a ratos, cuando nos lo permiten otras obligaciones. Dependemos siempre de los demás, de los otros, de quienes ignoran nuestros encuentros aunque quizás los sospechen.
Odio estas sábanas extrañas, alquiladas a tanto la hora. Esas paredes anónimas, esos armarios siempre vacíos, inútiles. Esas ventanas cerradas, por si nos ve alguien por casualidad. ¡Pero si estamos en el quinto piso! Es igual, quien sabe, las casualidades… Esos dormitorios de plástico en los que, a veces, cubro tus labios con mi mano para ahogar los gritos intempestivos, fuera del horario. Por favor no grites tanto, el personal del hotel sabe que a estas horas la gente no hace estas cosas, van a suponer que somos…
-¿Que somos qué?- me preguntas con un leve atisbo de irritación deteniendo tu alocada carrera en pos del orgasmo. No llevamos maletas, tan sólo lo puesto y lo quitado y puesto de nuevo y que no se note que me lo he quitado y vuelto a poner.
Y tener que recordar siempre ese oculto frasquito de perfume cuando regreso al coche- que es un poco como volver a casa-, para limpiarme del tuyo, del de tu piel de canela perfumada, dichoso perfume el que usas y que perdura como las pilas inagotables del anuncio televisivo. Hasta que averigüé su nombre y convencí a mi esposa de que era ese el que le convenía y, así, me he librado de una de esas permanentes obsesiones: que no descubra que huelo a ti, que huelo a otra.
Y no me aburras con lo de siempre. ¿Qué habría pasado si en vez de salir con ella en la Facu hubieses salido conmigo? Eso son teorías alienantes en las que no quiero entrar. Posiblemente ahora ella sería mi amante y tú mi mujer, ¿qué cambiaría eso? Lo pienso, lo pienso pero no lo digo en voz alta, para qué. La sinceridad a ultranza es una parida de psicópatas dañinos.
Al principio todo fue estupendo, vivíamos en una especie de vorágine, de pasión alocada y quinceañera que pronto pasó a ser una obsesión para evitar encuentros no deseados, para escondernos, para… ir matando poco a poco aquello que no pasó de ser un deseo repentino que nos confundió, que quisimos que nos hiciese perder, aparentemente, el control. Pero… Nunca cogimos una maleta y nos fuimos los dos a Parlís o Conchinchina, jamás. Estábamos locos pero controlando. Tal día, tal hora, en tal lugar, sólo cuando se pueda, cuando haya seguridad de que no vamos a ser cogidos in fraganti. Una pasión volcánica sí señor.
Scila/

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